CUENTOS PARA EMOCIONARSE: JUANA SIN MIEDO.
Juana desde que
nació había sido ya un bebé diferente, no se asustaba nunca, no mostraba miedo
por nada. A la gente le parecía fascinante, alguien sin miedo, y la llamaban
“Juana Sin Miedo”.
Podrías pensar que esto le gustaba. ¿Crees
que el miedo es malo?, ¿es bueno?... como dice Buda: “Xa se verá” (pero
ese es otro cuento, mi famoso cuento de por qué sostengo y creo a pies
juntillas que Buda era gallego). El caso es que Juana cuanto más iba creciendo
más claro iba teniendo que no le gustaba eso de no sentir miedo, algo de lo que
todo el mundo sentía, podía hablar y compartir, y se entendían. Pero ella no lo
entendía, y sentía que la miraban raro, con recelo, porque ella no sentía
miedo, incluso eso les daba más miedo. La tachaban de bruta porque ella se
lanzaba a todo lo que se le ocurría sin dudar, podía hacerse amiga y jugar con
las fieras o con cualquier monstruo, podía entender como se sentían al ser
mirados como bichos raros… Ella quería sentir el miedo y entender a las demás
personas, por lo que estaba decidida a descubrir el miedo. Empezó preguntando a
los demás niños y niñas cómo es el miedo; ¿cómo huele?, ¿cómo se siente, qué
tacto tiene?, ¿cómo suena?, ¿y qué color y forma tiene, a qué se parece?,…
Y así decía la
gente que era: oscuro, deforme o viscoso, húmedo, áspero, con olor a podrido y
chirriante. Juana recordaba entonces el sótano de casa cuando pasaban tiempo
sin bajar a recogerlo y entonces aparecían cosas podridas, y el suelo gastado
por la carcoma crujía, estaba oscuro y húmedo. Pero eso no le impresionaba, no
le hacía sentir nada, no lograba entender cómo se sentía el miedo.
Así que, como no sentía miedo, una buena
mañana se fue de casa sin pensarlo y se lanzó en busca del miedo. Iba
preguntando a todo el mundo que veía dónde podía encontrar el miedo - ¿Has
visto el miedo por ahí?, ¿sabes dónde está?
A la gente esto le causaba mucha impresión,
le miraban raro y trataban de evitarla, y escapar con cualquier excusa. Así que
tuvo que andar mucho hasta que llegó a un remoto reino donde decían que la
gente vivía con mucho miedo y no encontró a casi nadie, porque todo el mundo se
guardaba en sus casas y apenas salían, pero encontró carteles sobre una prueba
con una recompensa. Estaba tratando de entender el cartel, cuando se dio cuenta
de que un anciano había aparecido caminando tranquilamente cerca de ella. Así
qué le preguntó - Parece que el miedo anda entre vosotros a menudo, ¿es
así?, ¿encontraré aquí al miedo?
- Estás en el lugar indicado, forastera,
en otro tiempo sí hubiera tenido miedo de la gente extranjera como tú, y ese
miedo se habría transformado en odio casi automáticamente. Ahora ya cansado,
espero la muerte tranquilamente sin recordar el sentido de por qué pasé toda mi
vida en manos del miedo.
Juana sin miedo no entendía bien sus
palabras, pero todo parecía señalar que iba bien - ¿Dónde encontraré el
miedo?
- Aquí todos le hemos dado cobijo de
alguna forma alguna vez. Este reino vive tiranizado por el miedo y esperando
que aparezca una persona heroica que les libere de él entrando en el Castillo
de Nunca Jamás donde no se recuerda el tiempo en que entrara nadie puesto que
se cree que de allí vienen todos los fantasmas y monstruos que sentimos que nos
acechan. Si logras pasar 3 noches en él venciendo al miedo, te darán la mano
del príncipe.
- Con asco, Juana Sin Miedo, saltó: ¿Y
para que quiero yo una mano desgajada? No es que me dé miedo, pero no me seduce
mucho…
- Quiero decir que
te casarías con el príncipe, que es muy hermoso…
- ¿Y si me gustaran
las mujeres?
- A nadie le importaría y te convertirías
en Jefa de Estado, formando parte de la clase dirigente del reino.
- Qué reino tan extraño, no sé cómo
podría yo hacer eso, yo que creía que eso sólo pasaba en los cuentos… Además no
me interesa nada. Como yo no tengo miedo, ¿por qué habría de hacer cosas que no
me interesan, o casarme obligada o por miedo, y que alguien se casara conmigo
por lo mismo y no porque me amara…? Todo eso me repugna. – Pero pensó para ella que tenía la
oportunidad de descubrir el miedo porque lograría tener miedo una de las 3
noches y después volvería a su casa con su meta alcanzada. Así que le pidió
indicaciones al anciano lugareño y se encaminó con ligereza y entusiasmo al
Castillo de Nunca Jamás, en el que entró sin dudarlo nada más alcanzar la
puerta, a pesar de los avisos de peligro. Efectivamente estaba oscuro, ruinoso,
chirriante, húmedo, con telas de arañas viscosas y olía a rayos. Sí que era
desagradable que tuvieran un castillo así de descuidado y sucio, porque no
entraban allí para nada. Y sí que su padre o su madre habrían visto el peligro
de que se rompiera bajo sus pies alguna tabla comida por la carcoma como en su
sótano, como siempre le repetían, así que aunque no se daba mucha cuenta de
esto, hizo caso y anduvo con cuidado. Empezaba a comprender que la causa del
miedo que les impedía entrar a esas gentes en el castillo, era precisamente que
habían dejado de entrar. Como ya oscurecía, cansada de tanto vagar por el
castillo, se acostó en un viejo colchón después de sacudir unas mantas, y cayó
rendida. Le despertaron unos monstruos haciéndole muecas con la mandíbula
desencajada y a Juana le perecieron tan simpáticos y tan divertidas sus
carantoñas, que exclamó - ¡Anda, qué chulo, a ver, repítelo otra vez! –
Y empezó a aprender sus muecas, mientras todos repetían sus alaridos con la
mandíbula desencajada, desencajada también de tanto reírse con Juana, a quien
le parecía un juego estupendo. Y se pasaron así toda la noche de fiesta, y el
día siguiente durmiendo.
Al llegar la noche
le despertaron unos esqueletos que se desarmaban por completo y se volvían a
recomponer, y Juana fascinada exclamó - ¡Qué pasada, esqueletos como en
“Cono”, jugando con ellos aprobaré el examen! - Y como Juana apreciaba
todas las piruetas de los esqueletos, éstos no paraban de divertirla – ¡Os
enseñaré un juego de personas humanas!, ¡como sois capaces de desarmaros, las
tibias, peronés y demás harán de bolos y con la calavera los tiraremos! -
Así que fue otra gran noche de jarana y otro día de dormir a continuación.
En ese tercer día
ya no quedaba en el castillo bicho viviente (o no) del que Juana no se hubiera
hecho amiga. Para ella era fácil entenderles a ellos, que como ella no
comprendían el miedo humano y que se sentían mirados como bichos raros, igual
que la miraban a ella con impresión, sin darles la oportunidad de conocerles.
Por primera vez, Juana sin miedo empezó a sentir una inquietud en su interior;
empezó a dudar de si conseguiría descubrir el miedo.
Para entonces, el príncipe en su palacio ya
había alcanzado a tener tanto miedo de casarse con aquella Juana de la que
decían que parecía loca, como de entrar en el Castillo de Nunca Jamás en el que
siempre había evitado entrar. De hecho él tenía tanto miedo como los demás y
cada vez evitaba más cosas. Hasta evitaba salir de casa, y cuanto más evitaba,
¿menos miedo o más miedo tenía, qué pensáis?... El miedo le cercaba y la
desesperación le gritaba que algo se le tenía que ocurrir, así que la última
noche se le vio al fin entrar en el Castillo con un cubo de agua y Juana sintió
mientras dormía que algo gélido la empapaba de repente. Se despertó
sobresaltada y salió huyendo despavorida.
Tanto corrió que llegó en un periquete de regreso a casa, donde le estaban esperando ¡desde hacía tres días! Le dijeron que vaya cabeza tenía irse de casa así (como no pensaba las cosas porque no tenía miedo), y que habían pasado mucho miedo por ella. Y Juana les explicó que por fin les comprendía porque había logrado descubrir el miedo. Cuando les contó cómo lo había conseguido, su familia le hizo darse cuenta de que tenía mucho que agradecer a ese príncipe y que era bueno mostrar ese agradecimiento. El agradecimiento sí que era un sentimiento que Juana desde siempre comprendía muy bien, un sentimiento que además le llenaba y le impulsaba a cosas buenas, que llevaban a más cosas buenas en una espiral positiva. Así que avisando esta vez a su familia porque comprendía sus miedos, se fue de nuevo al remoto reino a hablar con el príncipe. En seguida la hicieron pasar porque el príncipe también quería verla y cuando Juana le expresó su agradecimiento, el príncipe le contó que era él el que tenía mucho que agradecerle porque gracias a ella había logrado vencer sus miedos y aunque no había dejado de sentir miedo, era capaz de sobrellevarlo, y desde entonces su pueblo le respetaba y ya no le exigían que se casara, sino que le veían capaz a él por sí mismo como ejemplo para que su pueblo viviera mejor afrontando sus miedos y angustias. Entonces Juana le contó su experiencia y como apreciaba ella poder sentir miedo, ir sobre aviso y así entenderse con las personas. Y al mismo tiempo se había dado cuenta de que el miedo nacía y crecía en las personas a partir de no abrirse a conocer, quedándose con una mala impresión; de forma que abriéndose a su ritmo y dejando de evitar disfrutarían de lo que se estaban perdiendo. Pensaba hacerse de mayor domadora de miedos y enseñar a las personas a domesticar sus miedos haciendo que éstos les sirvieran a ellas, y no al revés, ellas a sus miedos. Así de forma natural, sincera y consentida, nació una bonita amistad entre un chico y una chica; ¿por qué no una profunda y gratificante amistad entre una chica y un chico como entre dos chicas o entre dos chicos? Domesticando los miedos todo es posible.
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