DESARROLLAR LA PARTE ADULTA

 

 

Eric Berne nos habla de “tres estados del yo”, como si tuviéramos 3 personalidades en nuestro interior: la personalidad infantil, la personalidad paternal o maternal y la personalidad adulta. Estas 3 personalidades bien diferenciadas pueden ir relevándose según nuestro estado ante las situaciones que se nos presentan, y así unas veces podemos comportarnos como niñas o niños, otras como si fuéramos el padre o madre de todos, y otras como una persona adulta. Es como si nos pusiéramos en modo adulto, o en modo niño, o en modo madre/padre. Con el desarrollo de la parte adulta en ti, estas distintas partes en nuestro interior se van acercando e integrando.


Reconocerás el “estado del yo niño” porque pide, exige y si no se lo dan, se enfada, mientras “el yo adulto” se hace cargo de su parte y sabe dejar a cada uno la suya, ceder el control de lo que no está en su mano y dejarlo con quien corresponde. Por su parte, el “estado del yo padre” toma el control de todo, se hace cargo de todas las personas a su alrededor y las trata como niñas/os.

El yo niño se siente desvalido, dependiente, y busca fuera, que le den; sólo quiere recibir. El yo padre sólo da y no sabe recibir; se muestra autosuficiente. El yo adulto expresa sus necesidades sin imponerlas y se hace cargo él primero de atenderlas.

En la vida aprendemos a desarrollar el yo adulto tomando nuestro lugar, estando en nuestro sitio y atendiendo lo nuestro. No podemos negar que nuestra parte niña interior, muchas veces herida, está ahí dentro, y tampoco podemos negar que una parte nuestra ha interiorizado a nuestra madre y/o padre. Atender a estas partes, es labor de nuestra parte adulta, y darles coherencia entre sí es lo que nos hace personas íntegras y al mismo tiempo humanas. Este estado del yo adulto puede dar respuesta tanto al yo padre como al yo niño. Y todos tienen su sitio dentro; conectar con nuestras partes ayuda a conectar realmente con uno mismo, y sin eso no podemos conectar con los demás, con la verdad de los demás, sin conectar con la nuestra integrando todos los prismas de lo que somos.

El yo padre aporta su capacidad de ver y de responsabilizarse de obligaciones y de sacar adelante esos deberes o compromisos, y nuestra parte niña aporta su inquietud, exploración, capacidad de juego y disfrute, motivación y sensibilidad. Necesitamos ambas partes y requieren que las atendamos, especialmente la parte infantil herida. Y quien se tiene que hacer cargo de nuestra parte infantil herida, es la persona adulta en la que llegamos a convertirnos.

Respecto a nuestro padre/madre interior también merece reconocimiento y consideración, sin que domine o monopolice nuestro interior. Hemos de reconocerle que gracias a él salimos adelante y sobrevivimos haciéndonos autosuficientes en muchos momentos en los que tuvo que ser así. Esa parte madre/padre a menudo es la parte superviviente de una experiencia desbordante, que se ha tenido que endurecer para salir adelante en esa situación. Pero ahora es necesario que nuestra parte adulta responda y adapte las exigencias de nuestro padre/madre interior a lo que toca en la vida sabiendo aunar y poner en correspondencia el yo padre y el yo niño, conciliando y aportando soluciones.

También es necesario frustrar a veces al yo niño en su esperar a que la solución venga de fuera pues es necesario que aprenda a ver que la solución está consigo; no dárselo todo, para que dé de sí. Pues si se lo damos todo, le malcriamos, no le estamos estimulando a que saque lo que lleva dentro y le confundimos, porque el mensaje implícito a dárselo todo es que lo importante viene de afuera. Muy al contrario, esa parte nuestra más tierna ha de saber que ella es un regalo en sí misma.

El estado del yo niño echa balones fuera, no se cree con capacidad de respuesta, sus fantasías no se plasman en la realidad, se ilusiona y desilusiona alternativamente pues se muestra como víctima, como si la vida le sucediera sin intervención suya, mientras que el yo padre cree que va a controlarlo todo y la vida debiera de ser como él va a hacer que sea. El yo adulto es capaz de responder ante la vida como es y aprovecharla, sin tratar de manipular o controlar las cosas.

A menudo reaccionamos complementariamente o inconscientemente ante la parte niña o la parte madre/padre de los demás, sin darnos cuenta de que caemos en lo mismo. Sin embargo, nuestra parte adulta sabe dejarle a cada quien lo suyo, y atender al yo niño y al yo padre interior. 

Nadie va a poder suplirnos en nuestra parte adulta que vamos desarrollando para responder a nuestras necesidades, para hacernos cargo de lo nuestro.

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