EL CONSUMO: EL DERECHO DE LOS LIBERALES O EL DERECHO FRATRICIDA DE UNOS CUANTOS SOBRE OTRAS

 



Actualmente la compra para la adquisición de un derecho, de la misma manera que las bulas en el pasado, está entrando en todas las esferas de la integridad humana hasta lo más íntimo; personas con capacidad adquisitiva blanden su derecho a consumir, no sólo lo que son los bienes materiales del planeta, sino servicios de acceso a cuerpos, a personas, a su psique. De tal manera que se transmite sin pudor que si tienes con qué pagarlo, cualquier caprichoso sueño es legítimo aunque suponga la pesadilla de otra persona. Son derechos fratricidas porque son derechos de unas personas a costa de otras, o a costa del planeta, que es lo mismo; como por ejemplo: derecho a toda costa a ser madre o padre a través de la explotación reproductiva de otra, derecho a utilizar sexualmente a alguien a placer de uno, derecho a cazar por puro goce y deporte, derecho al derroche, etc.

¿Son derechos a caso para todas las personas? Son los derechos de unas cuantas personas que pueden, a costa de lo básico de otras: derecho a la vida y a la dignidad, al libre desarrollo, a la integridad y a la salud, derecho a la igualdad, al medio ambiente, a la educación y al acceso y disfrute del patrimonio cultural y natural.

Estos derechos burgueses “porque pago”, no se tratan de derechos que sean para todas las personas, inherentes al ser humano, sino que son derechos ¡sólo de quienes pueden!, pasando por encima de los derechos humanos, con los que colisionan y que aún hoy en día están sin garantizar y cada vez más amenazados. Los que son reales derechos de todas, e inalienables, son desmerecidos frente a estos derechos de consumo de unos cuantos que invocan este derecho de consumo como si tuviera la misma cualidad que un derecho real, en base al poder económico, cuando no son derechos garantizables, ni se quieren, para todas las personas. Son derechos de lujo con un coste social y psicológico inasumible.

La paz social y el bienestar social es lo que justifica un Estado, y las estructuras sociales, las instituciones, sólo se justifican por objetivos sociales compartidos; no se pueden levantar sobre la desigualdad y el abuso. Para que se cumpla la ley del más fuerte no necesitamos un Estado, sino que el derecho tiene una función tuitiva, que es amparar a las personas en desventaja, al débil. Como no partimos de una igualdad de condiciones, los poderes públicos deben remover los obstáculos para la igualdad. Si nuestras estructuras sociales no sirven para esto, entonces quedan carentes de significado, de sentido. Los derechos humanos deben ser priorizados.

La actual constitución española no debiera de ser sospechosa de progresismo en exceso, dada la época y el contexto socio-político en el que se fraguó, y aún así quizás lo parezca a los ojos de quienes sólo entienden la lógica del capital, pues “corresponde a los poderes públicos promover las condiciones para que la libertad y la igualdad (…); remover los obstáculos que impidan o dificulten su plenitud (…)” no es una frase mía. Al igual que también recoge en su artículo 33, el derecho a la propiedad privada y a la herencia únicamente de manera que “La función social de estos derechos delimitará su contenido”. Quienes legislan olvidan las conquistas sociales y los mandatos constitucionales. Por ejemplo cuando no actualizan el Código Civil de forma que se plasme fielmente la igualdad y la corresponsabilidad, los deberes y obligaciones de alimentos y cuidado por igual de padre y madre hacia sus hijas e hijos, y  tanto de hijo como de hija para sus ascendientes, recogiendo todas las tareas que incluye esto en igualdad para ambos sexos. O cuando no legislan por la abolición del sistema prostitucional.

Creo que a todas las personas que nos dedicamos a la salud, a la atención y al cuidado de otras, debieran importarnos los derechos humanos y defenderlos, por eso hoy me veo escribiendo este artículo con la firme convicción de mi responsabilidad, no sólo como persona sino también como psicóloga. Es cuestión de tiempo que se deshagan las tinieblas de las mentes cerradas que no resistirán el paso inexorable de la luz pues seguiremos haciendo nuestras las voces del otro ángulo que queda en penumbra y en olvido, la otra parte del planeta que no se quiere ver, las voces de todas las personas que se quieren dejar al margen o en una segunda categoría  simplemente en razón de sus circunstancias de nacimiento o actuales y por su carencia de recursos, ese otro lado maldito en el que cualquiera podemos caer en un momento dado. La luz de la conciencia se abre paso porque quienes nos dedicamos a la atención y cuidado de las personas ponemos todo nuestro empeño en contribuir a una convivencia armónica trasmitiendo la cultura del respeto a las personas en igualdad y con dignidad. Y es esta conciencia la que posibilita un porvenir digno de ser vivido por esta “humanidad” aún en ciernes.

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